Tiñendo el mundo de contaminación
14/02/2020
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El color es la atracción principal de cualquier tela. No importa cuán excelente sea su calidad, si tiene un color feo o desgastado, seguramente será un fracaso comercial. Por lo tanto, la fabricación y el uso de tintes sintéticos para teñir telas se ha convertido en una de las mayores industria de la actualidad.
De hecho, el arte de aplicar color a la tela ha sido conocido por la humanidad desde el inicio de los tiempos. Desde siempre los colores se han utilizado como un código social, en muchos cuadros y obras de arte podemos ver como los colores brillantes como los rojos y los azules se reservaban para las clases más altas de la sociedad, mientras que los tomas más pardos eran utilizados por las clases más bajas. Un ejemplo de esto lo podemos ver en los atuendos de los clérigos donde los curas y monjes –las capas más bajas de ese estamento– lucen colores oscuros y pardos mientras que cardenales y obispos lucen colores brillantes como el rojo y el morado.
Retrato del Papa Inocencio X con un secretario, de Pietro Martire Neri. (Wikipedia)
Estos colores los conseguían mediante tintes naturales que extraían de plantas o raíces: hierba pastel para el azul, granza o rubia para el rojo y gualda para el amarillo.
El primer tinte artificial fue la anilina morada o malveína, que se descubrió en 1856 por el químico inglés William Perkin. Como con el resto de tintes estos solo estaban disponibles para las clases altas, pero este descubrimiento abrió la puerta hacia nuevos tintes sintéticos cada vez más baratos y demandados por su amplia gama de colores vivos y brillantes.
Falda y blusa de seda tintada con málveina (1860) – Museo Británico de Ciencias Naturales
Esta democratización de los tintes ha provocado que hoy en día la industria textil y de la moda sea una de las industrias más potentes del mundo y una de las que más contamina. El 20% de los tóxicos que se vierten en el agua provienen de la industria textil y solo para los tintes hacen falta toneladas de productos químicos y un alto gasto de agua.
Este uso masivo hace que los colorantes sintéticos tengan un efecto adverso sobre el medio ambiente. La presencia de azufre, naftol, colorantes de tina, nitratos, ácido acético, jabones, enzimas, compuestos de cromo y metales pesados como cobre, arsénico, plomo, cadmio, mercurio, níquel y cobalto hacen que, en conjunto, el efluente textil sea altamente tóxico. Otros productos químicos nocivos presentes en el agua de tintura pueden ser agentes fijadores de colorantes a base de formaldehído, quitamanchas cloradas, suavizantes a base de hidrocarburos, productos químicos para teñir no biodegradables.
Estos materiales orgánicos reaccionan con muchos desinfectantes, especialmente con el cloro y se forman productos (DBP’S) que a menudo son cancerígenos y, por lo tanto, indeseables.
Además si las tintadas no son correctamente depuradas y tratadas, la materia coloidal presente, junto con los colores y la espuma aceitosa que contienen aumenta la turbidez de las aguas provocando un mal color y olor en las corrientes de agua. Esto puede provocar muchos problemas medioambientales ya que esta turbidez evita la penetración de la luz solar necesaria para el proceso de fotosíntesis, lo que afecta al mecanismo de transferencia de oxígeno entre el agua y la atmósfera. Este mecanismo es fundamental para la vida marina y el proceso de auto purificación del agua.
Además este efluente puede afectar a la tierra sí se producen vertidos ya que obstruye los poros del suelo, lo que resulta en una pérdida de productividad.
Pero esto se puede evitar utilizando tintes naturales. La cebolla, remolacha o la cúrcuma son algunas de las plantas que se pueden utilizar para tintar telas.
Aún así es cierto que volver a estos tintes naturales volvería a convertir la ropa de color en un lujo ya que se calcula que el tintado industrial cuesta 4€ por cada kilo de tela, mientras que el artesanal (con rubia) cuesta en torno a 18€ por kilo de tejido. Muchas veces este incremento en el coste se produce no solo por el tinte si no por la dificultad a la hora de encontrar personas que sepan tintar natural, además de que la maquinaria actual no está adaptada para tintar a pequeña escala.
Ana Roquero, artesana del tinte, sostiene que hay estratégias para bajar el precio final: rebajar la temperatura de tintado, reciclar productos procedentes de desecho doméstico o de aserraderos, agotar las tintadas para no desperdiciar agua o reciclar los baños de mordientes.
Todavía queda mucho por avanzar en el mundo del tinte, pero pequeños pasos se están llevando a cabo y cada vez son más las empresas que optan por fabricar ropa más sostenible y respetuosa con el medio ambiente.
Nosotros desde nuestros hogares podemos investigar y aprender a teñir nuestras propias prendas con tintes naturales para así disminuir nuestra huella.
Fotografía: Maranda Vandergriff on Unsplash.
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