El (estupendo) mundo lento
07/07/2020
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La escena es un clásico de las series de televisión costumbristas: cinco minutos de histeria desatada en los que hay que dar de desayunar a los niños, asegurarse que llevan todo lo que necesitan, organizar el trayecto hasta el lejano colegio, combinar este trayecto con el viaje hasta el lejano lugar de trabajo, repartir tareas y responsabilidades para todo el día, incluyendo pequeñas reparaciones, buscar a alguien que riegue las plantas, pago de facturas, pasar por el taller, ir a la compra, etc., etc. La idea es que el espectador se divierta y se identifique a la vez con vidas tan azacanadas como se supone que es la suya. Una vida tranquila se considera inimaginable, a no ser que tengas más de 90 años y seas un reputado gurú que vive en la montaña.
El mundo rápido nos obligaba a comer comida basura por falta de tiempo para cocinar, a conducir a gran velocidad por autopistas de peaje para arañar cinco minutos en el viaje domicilio-trabajo, o a reducir la temperatura de la habitación de 30ºC a 19ºC en unos instantes poniendo el aire acondicionado a tope. Los severos moralistas de la sostenibilidad siempre han criticado estas cosas, pero ahora parece que todo se conjura para que veamos el final del predominio del mundo rápido y el comienzo de la popularidad del mundo lento.
El 3 de junio de 2020 comenzó el trámite parlamentario de discusión de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Esta Ley prevé cambios importantes en nuestro estilo de vida, en el sentido de consumir la energía de manera mucho más eficiente y aumentar la cuota de energía renovable (que llegará a un 70% de la electricidad en 2030). También aumentará la cuota de consumo eléctrico y se reducirá la de gasolinas, gasóleos y combustibles fósiles en general. La mejor manera de mejorar la eficiencia en el consumo de energía es moderar la velocidad. El mundo rápido es muy derrochador de energía: se necesita mucha más energía para producir comida chatarra (no en vano se llama fast food) que para cocinar alimentos frescos, para viajar a 130 km/h en lugar de 90 km/h o para enfriar una habitación con un compresor en lugar de usar un ventilador.
Hay muchas iniciativas políticas y sociales que van en la dirección de un mundo lento. Además de la Ley de cambio climático citada antes, estamos embarcados en 17 objetivos a conseguir en 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que van desde proporcionar comida saludable a buen precio a todo el mundo, a eliminar la contaminación atmosférica. Infinidad de organizaciones sociales y empresariales, están trazando los perfiles de este mundo lento mediante múltiples iniciativas, desde aumentar el consumo de vegetales a vender ropa duradera de gran calidad.
Recientemente se han puesto de relieve dos iniciativas lentas que muestran por dónde va la cosa. Las supermanzanas (superilles en Barcelona) son agrupaciones de manzanas de casas, del tamaño de un pequeño barrio, en cuyo interior se restringe el tráfico drásticamente. Los coches que se muevan por su interior no pueden superar los 10 km/h. El riesgo de accidentes se reduce a casi cero, la contaminación y el ruido también se desploman. Otro ejemplo es un estudio que muestra que reducir la velocidad de los coches eléctricos puede mejorar mucho su autonomía, hasta el punto de hacer viables trayectos largos que ahora requerirían varias recargas, todavía muy engorrosas. Reducir la velocidad reduce el consumo de energía y alarga, por lo tanto, la duración de la carga de la batería.
En el mundo lento la ciudad sería peatonal o casi en su totalidad, lo cual haría felices a los bares y restaurantes –que tendrían mucho sitio para tender sus terrazas–, a las tiendas y también a los peatones, ciclistas, patineteros y demás ciudadanos móviles. La alcaldesa de París desde 2014, Anne Hidalgo, ha vuelto a ganar las elecciones con una promesa llamada ‘La Ville Du Quart d’Heure‘ (La ciudad del cuarto de hora), que se resume en que nadie debería estar más lejos de un cuarto de hora de su lugar de trabajo, escuela o mercado, a pie o en bicicleta. Necesitamos un mundo más lento, menos histérico, más divertido y más vivible.
Fotografía: Jen Theodore en Unsplash.