Del pisotón al dónut: breve historia de la huella ecológica
25/02/2025
Tiempo de lectura: 5 minutos
«Que la tierra te sea leve» era un deseo piadoso habitual en los monumentos funerarios romanos. Un par de miles de años después, la frase ha dado la vuelta: «Que tú le seas leve a la tierra».
Vamos a necesitar un planeta más grande
Hace casi un siglo que Vladimir Vernadsky publicó La biosfera, e inauguró la idea de un planeta único y frágil, una bola azul flotando en el espacio, repleta de una vida amenazada. En 1968 la imagen pudo ser fotografiada por primera vez, justo en medio de lo que se llamó La gran aceleración, la época situada aproximadamente entre 1950 y 1975 en la que explosionó casi literalmente la sociedad de producción y consumo. Los expertos se preguntaban si podría continuar indefinidamente semejante ritmo de expansión. En 1972 un título significativo, Los límites del crecimiento, llegó como respuesta a los medios de comunicación. En 1973 el precio del petróleo se multiplicó por cinco en un santiamén, y el ritmo de crecimiento se desaceleró, pero continuó a trompicones.
Algo va muy mal en nuestro medio ambiente
Comenzaron a proliferar imágenes de la destrucción del medio ambiente: imágenes de peces muertos en ríos putrefactos, sobre un fondo de cielos grisáceos por la contaminación. Había muchos problemas que solucionar (lluvia ácida, smog en las ciudades, ríos muertos, suelo agrícola privado de su fertilidad, acúmulos de basuras, tóxicos por doquier), cada uno con sus cifras de éxito o fracaso, pero faltaba un indicador sencillo y objetivo del rumbo que estaba tomando la sociedad humana en relación con su espacio planetario.
¿Cuántos planetas se necesitan?
A comienzos de la década de 1990, Mathis Wackernagel y William Rees desarrollaron, en colaboración con el grupo para comunidades sanas y sustentables de la Universidad de British Columbia, «una herramienta de cuantificación ecológica que usa el área de terreno como unidad de medición» . Había nacido la huella ecológica.
Un canadiense promedio de 1996 necesitaba 4,2 hectáreas de terreno para cubrir todas sus necesidades, desde la producción de alimentos a la eliminación de desechos. Como la disponibilidad ecológica de la Tierra es de unas 1,5 hectáreas por persona, el canadiense medio necesita aproximadamente tres planetas para satisfacer su estilo de vida. Y solo tenemos un planeta, «una sola Tierra» era el potente lema acuñado en décadas anteriores.
Huellas nacionales y huellas personales
En los años siguientes se calculó la huella ecológica de todos los países del mundo, y los medios de comunicación informaron de los hallazgos con titulares como «Cada español consume los recursos naturales que ocupan cinco campos de fútbol» (La Vanguardia, 23 de abril de 2003, se trataba de un estudio de WWF/Adena). La cifra de huella de 4,66 hectáreas por habitante dejaba a España en posición relativamente atrasada entre los países ricos, lejos de las casi 10 ha de EEUU.
Cuatro años después los titulares eran más ominosos: «España consume más del doble de sus recursos. Cada español precisa un espacio productivo de 6,4 hectáreas» (La Vanguardia, 23 de octubre de 2007) o «España consume y contamina tres veces por encima de su capacidad biológica» (ABC, 23 de octubre de 2007). La huella ecológica mundial oscilaba entre las 9,7 hectáreas en EEUU y las 0,8 en la India. Era el primer estudio del tema por parte del Ministerio de Medio Ambiente.
Esta huella ecológica calculada era de tipo nacional y no hacía mucho caso de circunstancias personales. Personas sin coche y con un uso muy moderado de la calefacción y de los platos con carne participaban de la implícita opulencia nacional de 6,4 hectáreas por persona. Lo mismo ocurría, por el lado opuesto, con las personas u hogares con un estilo de vida realmente derrochador.
La huella se derrumba
2007 fue el último año en que se creyó que la sociedad de consumo y su huella ecológica asociada seguirían una expansión indefinida. Ese año Global Footprint Network asignó a España una huella de 6,2 hectáreas, que cayó a 3,8 en 2014. Hubo algún repunte posterior, pero en 2022 era de 3,9. La pandemia del Covid mostró impresionantes descensos en algunos componentes de la huella, singularmente en el transporte.
La gran crisis financiera y la pandemia pusieron de manifiesto la insuficiencia de la huella ecológica «nacional» y el absurdo de decir que cada español pisoteaba, independientemente de su circunstancia personal y social, un número fijo de hectáreas. Conceptos como el de pobreza energética o de transporte mostraron que un serio porcentaje de hogares tenían carencias importantes, que implicaban que en todo caso deberían aumentar su huella, no reducirla.
Nuevos conceptos auxilian a la huella ecológica
La era exponencial (1950-1975) generó muchos conceptos poderosos, como el de un planeta pequeño y amenazado. La era de crecimiento lineal (1975-2006) planteó el concepto de huella a reducir. Tras el mazazo de la crisis financiera y sus secuelas, incluyendo la pandemia, una serie de nuevos conceptos aúnan el suelo social con el techo ambiental para definir un espacio sostenible.
La idea principal es plantear un suelo de necesidades humanas que deben ser satisfechas, y un techo de límites planetarios (de buen funcionamiento de la biosfera) que no conviene sobrepasar. En medio, un espacio donde todos podamos vivir bien, de manera sostenible, generalizable para toda la humanidad de manera indefinida. Se puede visualizar como una rosquilla, de donde la expresión «economía del dónut».
Esta sencilla y potente idea fue acuñada por Kate Raworth en un artículo publicado en 2012 y en trabajos posteriores. La idea de la huella ecológica, en unión de estos nuevos conceptos y herramientas, sigue mostrando su potencial para facilitar el avance hacia un mundo viable.
Jesús Alonso Millán
Imagen: convocatoria de la Semana de la pobreza energética bajo el lema #NadieSinEnergía (febrero de 2025).
No me ha gustado muy genérico