Desde Bruselas a tu barrio: tu voto importa

07/05/2024

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Dentro de un mes, entre el 6 y el 9 de junio, la ciudadanía europea será llamada a votar en las elecciones al Parlamento, una oportunidad y responsabilidad única que generalmente no se percibe como tal. En las elecciones de 2019, la tasa de participación total en la UE fue de un 50,66%. (en España un 60,73%). En pocas palabras, la mitad del electorado de la Unión Europea se abstuvo y,  ¿qué es la democracia cuando la población no está representada?

En los tiempos de crisis ecológica que estamos viviendo es imprescindible que el cuidado del medio ambiente, el cual garantiza la vida digna de las personas, sea una prioridad en la agenda política de la UE. Las pruebas son innegables –no nos deberíamos acostumbrar a ver noticias cada año de sequías e incendios críticos, de inundaciones devastadoras, huracanes intensos o desplazamientos de población debido al aumento del nivel del mar y a la erosión costera.

Como afirma el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, estos son síntomas claros de una “enfermedad” en la Tierra, cuya temperatura está subiendo. Cuando una persona siente síntomas, su prioridad es sanar, exigiendo menos al cuerpo, descansando, y consultando a un profesional. Es precisamente lo que nuestro planeta necesita, y solo los líderes globales lo pueden “curar”, afirma Guterres. Por lo tanto, pensemos cuidadosamente en manos de quiénes queremos dejar el futuro de nuestro planeta, comenzando por el Parlamento Europeo. Efectivamente, la preocupante realidad es que el apoyo en general a la sostenibilidad no está siendo acompañado proporcionalmente a la urgencia del tema.

Por otro lado, es importante señalar que la tasa de abstención ha estado bajando desde las elecciones de 2014, lo que se debe principalmente a un aumento en el sentimiento del deber cívico, y también por las opiniones cada vez más positivas sobre la democracia en la UE. Sin embargo, no deja de ser una cifra preocupante cuando se piensa en el futuro de la región. Esta abstención puede representar a partes de la población que en sí ya forman una pequeña minoría, o puede estar distorsionada en relación con los verdaderos valores demográficos y socioeconómicos del país –como por ejemplo, una participación desproporcionada entre hombres y mujeres. Aparte del género, hay varias discrepancias en los rangos de edades, sectores de empleo, situaciones familiares, y situaciones económicas o clases socioeconómicas. Utilizando un ejemplo de las pasadas elecciones, existe una mayor proporción de personas que nunca o casi nunca tiene dificultades en pagar sus facturas (54%) en comparación con la proporción de aquellas que tienen dificultades económicas (38%).

 

En general, el voto se suele basar en la lealtad hacia un partido, algo que ocurre más en grupos de edad mayores que entre los de jóvenes, y más aún en las elecciones europeas. Las estadísticas postelectorales sobre los votantes en 2019 muestran que casi la mitad (43%) tenía más de 54 años o que la proporción más grande era de personas jubiladas. Y, entre países, también se notan tendencias en los (no) votantes: por ejemplo, cuanto menor es el salario medio de un país, mayor es el índice de abstención. Datos como este se pueden consultar y visualizar en el sitio web interactivo de “The non-voter time bomb”.

Entre las elecciones en las que la ciudadanía europea tiene derecho a participar (europeas, nacionales y locales), las europeas son las que menos atención reciben. Además, en ellas, es la gente joven la que tiende a votar menos, a pesar de que son sus votos los que pueden provocar un cambio significativo –ya que representan el futuro de Europa.

En general, parece que una gran parte de los no votantes creen que su voto no conllevará a ningún cambio. Se trata de una sensación o ilusión generalizada de que hay poco en juego, que se traduce en un sentimiento de distancia y casi de indiferencia hacia estas elecciones.
Si pensamos en los alimentos que consumimos y su calidad, en los espacios verdes y en la biodiversidad, por ejemplo, todos ellos están regulados, y de cierta forma condicionados, por lo que deciden las instituciones europeas. Las regulaciones indican qué tipo de pesticidas no se pueden usar, qué materiales están prohibidos de tener contacto con alimentos (como el Bisfenol A, o BPA, un componente del plástico considerado como un riesgo para la salud pública), algunas formas de protección de espacios naturales, etc. Cuando algo puede afectar a nuestra salud o al planeta, no hay duda de su importancia, y el voto puede tener grandes efectos tanto en la salud como en el bienestar –intentemos que sea uno positivo.

¿Un problema democrático?

Aun así, no deberíamos detenernos tanto en la comparación entre las tasas de participación en elecciones nacionales y europeas, ya que el aspecto de la identidad es un gran determinante, y una persona generalmente se identificará más con su “pertenencia” a su país que a la UE. Por eso, la tasa de participación en las elecciones nacionales es, por término medio, superior a la tasa de participación en las elecciones europeas, lo que probablemente jamás cambiará –y no existe un problema con eso. El debilitamiento democrático surge cuando una parte de la población está sobrerrepresentada y otra infrarrepresentada –en relación a las verdaderas proporciones sociodemográficas de la población. Con esto, se corre el riesgo de que las decisiones tomadas no reflejen las necesidades de la ciudadanía y afecten al bienestar social y económico o al medio ambiente.

Últimamente, los partidos negacionistas están ganando cada vez más terreno en el ámbito político europeo. Los pronósticos advierten de que este año, las coaliciones formadas por partidos de centro-izquierda y centro-derecha pueden no ser suficientes para impedir que la extrema derecha se haga con el poder en el Parlamento Europeo.

En varios países se ha visto como estos gobiernos bloquean o ignoran las políticas para la conservación medioambiental, normalmente con la excusa exagerada de que no generan suficientes rendimientos económicos. Lo vimos en los EEUU en 2016, cuando Trump anunció su salida del Acuerdo de París, y también, por ejemplo, en Suecia, que con su actual gobierno está retrocediendo años en el progreso climático del país –cortando la financiación climática, anulando la prohibición de extracción de combustibles fósiles– y, en 2023, sus emisiones han subido por primera vez en los últimos 20 años.

Tristemente mucha gente cree en estos discursos. Creen que la clave fundamental es el “crecimiento económico” –más PIB, más productos, más compras, más coches…– sin darse cuenta de lo que viene asociado a ello: la explotación de la naturaleza y del ser humano, más consumo de energía, más extracción de materias primas y destrucción del entorno… Hay que entender que vivimos en un planeta finito y necesitamos políticas que apoyen a la restauración y preservación de nuestro planeta (sí, el único que tenemos). Debemos aprender en el Norte global a desvincular el crecimiento económico del bienestar social. Tenemos que preguntarnos: ¿el bienestar de quién?

El incremento del PIB y su rol en el desarrollo de un país se ilustra con una curva acampanada. Es decir, a partir de un punto (que ya hemos pasado hace algún tiempo), el aumento anual de este indicador económico no implica mejorar el bienestar social, e incluso puede revertirlo, agravando las desigualdades y empeorando el perjuicio para el medio ambiente. Por eso, debemos tener especial atención a discursos cautivadores que parecen de película bajo el eslogan de “crecimiento económico”, ya que detrás de ellos hay consecuencias muy graves.

Votar – Un deber cívico

Los resultados de estas votaciones determinarán el futuro de la Unión Europea y es importante reconocer la importancia que tienen. Votar no es una obligación, pero es un derecho democrático y un deber cívico que deberíamos cumplir para llegar a un futuro mejor. El negacionismo climático, puede que, por primera vez, ponga en peligro las políticas europeas en materia de sostenibilidad –constituyentes del Pacto Verde– y de derechos humanos.  Por ello, está en nuestras manos cambiar este destino y, en su lugar, apostar por una Europa cada vez más sostenible, justa e inclusiva.

Para informarte mejor sobre cada partido y como apoyan medidas medioambientales antes de las elecciones, consulta el ranking que ha publicado la asociación European Environmental Bureau – EEB. Podrás encontrar un marcador de 0 a 100 para un cuadro de indicadores que forman parte del Pacto Verde, que te ayudarán a elegir a quién quieres que dirija Europa hacia un futuro sostenible y justo.

Diogo de Melo

Fotografía: Manny Becerra (obtenida en Unsplash)

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