El mayor experimento de la historia

01/03/2018

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Categorías: Salud-Etiquetas: -

¿Somos ratas de laboratorio sometidas a un experimento de intoxicación lenta? Esa inquietante pregunta se hace Nicholas Kristof, en las páginas del New York Times. Kristof es un famoso periodista norteamericano, ganador de dos premios Pulitzer. Hace diez años se hizo un análisis completo que mostró que su cuerpo estaba repleto de sustancias preocupantes, por ejemplo parabenos, ftalatos, bisfenol A (BPA), diclorobenceno, etc. Todos han sido asociados con diversas enfermedades graves. Kristof incluye un sencillo test para que cualquiera se haga una idea de las sustancias deletéreas que absorbe su cuerpo cotidianamente, día tras día, durante décadas.

El periodista cuenta cómo intentó alejarse de estas sustancias usando menos recipientes plásticos, comiendo comida ecológica, etc. Y cómo un reciente análisis le dio la desagradable sorpresa de tener una buena dosis de BPF (Bisfenol F) en su cuerpo, ¡después de años de elegir cuidadosamente únicamente los recipientes de plástico con la leyenda “BPA Free”! Se sospecha que el BPF puede ser igual o peor que el BPA, en términos de efectos no deseados hormonales y neurológicos. Los fabricantes, sencillamente, eliminaron el BPA cuando comenzó a sonar demasiado en los medios de comunicación y lo sustituyeron por un sucedáneo cuyos efectos sobre la salud a largo plazo son menos conocidos todavía que los de las sustancia original.

Naturalmente que estas decenas de miles de sustancias sospechosas no están en nuestro medio ambiente por maldad innata de los fabricantes. Cada una tiene una función en nuestro increíblemente complicado ecosistema industrial, desde hacer moldeable al plástico a proporcionar aroma a ciertos alimentos. Todas estas sustancias, además, son perfectamente legales y las ingerimos en dosis consideradas seguras. El problema es que ingerir un complicado cóctel de sustancias potencialmente dañinas durante décadas no puede ser nada bueno. No conocemos apenas los efectos de la interacción de tales sustancias, y menos aún a largo plazo.

El principio de precaución establece que, en caso de duda, mejor no  utilizar una sustancia sospechosa. Pero la industria es una gran y pesada máquina en movimiento con mucha inercia, que no puede cambiar de dirección así como así. Una simple reducción del contenido en cadmio de los fertilizantes de 75 a 20 mg/kg está provocando duros enfrentamientos en la UE, la industria y varios gobiernos se oponen en redondo a la reducción. El cadmio no es una sustancia sospechosa, es directamente un tóxico muy peligroso. Pero, en dosis muy pequeñas, puede ser considerado legalmente como “seguro”.

Es fácil pintar un panorama aterrador de toda clase de sustancias nocivas avanzando hacia nuestros desprotegidos cuerpos, listas para provocar toda clase de enfermedades. También se puede alegar que cada vez vivimos más años, de manera que la intoxicación, si existe, es realmente lenta. Pero una cosa es la esperanza de vida y otra la esperanza de vida saludable, sin discapacidad ni enfermedad crónica incapacitante. Ahí no estamos tan bien.

¿Qué podemos hacer? Sabemos que tanta exposición a tantas sustancias deletéreas durante tanto tiempo no se puede hacer impunemente. También se sabe que es bueno para la salud pública reducir esta exposición, retirando estas sustancias de nuestro medio ambiente. Pero aquí no estamos hablando de males directamente comprobables, como los accidentes de tráfico, sino de algo mucho más complejo y difícil de probar. La reacción más habitual es encogerse de hombros, y es bastante lógica: no podemos vivir en permanente alerta, huyendo de la leche con pesticidas o de los envases con BPA o de la comida agroindustrial con cadmio (Las personas que se preocupan demasiado por estas cosas son un personaje fijo de las series o telecomedias, sustituyendo al antiguo tonto del pueblo). Parece que estamos muy lejos de un plan de destoxificación en condiciones.

Jesús Alonso Millán

Fotografía: Andrew Jay en Unsplash.

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