¿Estilos de vida sostenible? Sí, pero mejor sostenibilidad cotidiana
26/07/2023
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Preguntado el simpático robot ChatGPT “En diez palabras o menos, ¿qué es un estilo de vida sostenible?”, responde: “Vivir en armonía con el medio ambiente y la sociedad.” Aunque sosa, esta frase automática puede servir para recalcar un problema considerable: los estilos de vida “buenos para la sociedad” no suelen ser “buenos para el medio ambiente”.
Normalmente, la persona que ejerce un estilo de vida sostenible es como una abstemia en un bar, completamente a contracorriente. El clima social dominante favorece el derroche, la contaminación, el usar y tirar y el abuso de energías fósiles. Las que reciclan y ahorran energía están al margen del sistema dominante: son toleradas pero nada más. Se supone que la ciudadanía está luchando contra el cambio climático, pero siempre que eso no nos toque las narices (por ejemplo prohibiendo el coche térmico o multiplicando el precio de la energía).
Mientras tanto, se están planteando cambios que eran impensables hace pocos años: por ejemplo, que es posible identificar, controlar y evitar las sustancias tóxicas presentes en nuestro día a día, que las ciudades pueden expulsar el coche de su casco urbano, que es factible dejar de cultivar determinados terrenos y devolverlos a la naturaleza, que la energía se puede producir de manera 100% renovable, y que cualquiera puede producir al menos parte de su energía, que se puede mejorar drásticamente la resiliencia de la ciudad ante fenómenos climáticos extremos, que los envases desechables pueden ser “circularizados”, o que se pueden cultivar alimentos sin necesidad de arrasar la tierra con pesticidas. Etcétera.
Estos cambios planteados están provocando una fuerte resistencia en determinados sectores, como es natural. Muchas personas consideran que tienen derecho a moverse con su coche por donde les plazca, los fabricantes de productos desechables abominan de las tasas impuestas a sus productos, como el impuesto al plástico, etc. Se critica a los burócratas de Bruselas o al lobby eco-pijo, considerados como a años-luz de los problemas de la gente corriente.
Pero también hay otra corriente potente de la sociedad que quiere vivir mejor, en un mundo menos tóxico, contaminado y ruidoso, y a ser posible menos amenazado por el calentamiento global. Todo esto es pura política: se trata de contrastar opiniones y de buscar soluciones, usando las muchas herramientas de la democracia, en todas sus escalas. Esto se aplica desde el carril-bici de tu barrio hasta el impuesto global sobre el carbono.
La experiencia muestra cómo, aunque a trompicones, siempre se puede avanzar de una situación mala a otra menos mala. Por ejemplo, de las ciudades actuales a otras más pobladas de vegetación y con una densa red de carriles bici. No es nada del otro mundo, pero puede ser el comienzo de una sostenibilidad cotidiana que permita a los esforzados mantenedores de estilos de vida sostenibles ir a favor de la corriente cotidiana, “en armonía con el medio ambiente y la sociedad”, como dice la insípida frase del robot.
Jesús Alonso Millán