Trasteros digitales

22/11/2024

Tiempo de lectura: 3 minutos

Vas a comprarte un ordenador y pides un disco duro bien grande, ande o no ande, de 1 Tb. El vendedor te da una opción alternativa. Te propone una máquina con un disco duro de 512 Gb, y una suscripción muy barata a un disco duro virtual en la nube de 2 Tb, que incluso puede salir gratis, según la oferta vigente.

No hace falta ir a comprar una máquina, las ofertas de espacios virtuales en la nube se multiplican. Aplicaciones venerables como Photoshop o Illustrator de Adobe, ahora con nombres seductores como Creative Cloud, te sugieren que funciones allá arriba, lo que trabajar “abajo” en el ordenador parece viejuno. Cualquier teléfono móvil (puedes comprar uno de 256 Gb por poco más de cien euros) ofrece un respaldo automático de tu valiosa información en la nube. Cualquier oferta comercial de cualquier cosa incluye últimamente espacio virtual en la nube, para almacenar fotografías, registros de actividad física o cualquier cosa de nuestro mundo digital.

La nube en cuestión no es un espacio virtual y etéreo flotando sobre nuestras cabezas. Suele consistir en varios kilómetros de pasillos con armarios (racks) de color oscuro, alineados dentro de enormes edificios situados en algún lugar discreto de una zona industrial. Las trescientas fotos de tu último viaje (cada una de 8.000 x 6.000 píxeles, unos 5 Mb sin compresión) están metidas en alguno de estos armarios, junto con muchas horas de vídeo 4K y varios cientos de libros digitales, entre otras muchas cosas.

El negocio de los centros de datos (data center) es tan boyante que todo el mundo está invirtiendo en ellos. Además de alquilar espacio en la nube a los usuarios, se puede ganar dinero vendiendo suelo para construir, levantando o acondicionando los edificios, abasteciéndolos de energía y de maquinaria, así como de un buen sistema de refrigeración (con tanto zumbido de bytes, los data center se calientan mucho). Las empresas con mucho tráfico de datos, incluyendo a gigantes del sector como Amazon, Microsoft y Google anudan alianzas con constructoras, energéticas e inmobiliarias, como Acciona, ACS, Ferrovial o Iberdrola. El negocio crece a una velocidad de “dos dígitos”, como se dice en argot financiero.

Las estimaciones de la huella ambiental de los data center varían. No contienen solamente las fotos de nuestras vacaciones, sino también la creciente masa de bites generada por el crecimiento de la inteligencia artificial, las redes 5G y en general la digitalización acelerada del mundo. Se habla de un consumo de energía global de entre un 1 y un 2%. No parece mucho ahora, pero el crecimiento es tan rápido que cada vez será más importante. Se está hablando mucho de abastecer estos centros de datos con energía renovable (acoplándolos a proyectos ad hoc), pero también mediante contratos de suministro con centrales nucleares.

Y aquí entran nuestros trasteros digitales. La nube resulta cómoda y segura, pero crece la sensación de que estamos almacenando demasiados trastos que no hacen más que coger polvo y gastar energía (y dinero). En las casas solemos tener un límite físico de espacio, que cuando se rebasa exige limpieza y tirar todo lo inservible. Pero en la nube este límite no es tan claro. A medida que los precios de almacenamiento bajan, subimos allá arriba cada vez más cosas.

Al final, solemos tener tres tipos de archivos: una gran parte que hace mucho tiempo que no tocamos, como esa colección de películas que almacenamos hace varios años y no hemos vuelto a ver jamás, una parte de uso esporádico pero no vital y una muy pequeña parte de archivos que sentiríamos de verdad perder. Sugerencia: limpia tus trasteros digitales, ayudando así a tu bolsillo, a tu salud mental y de paso al planeta.

Jesús Alonso Millán

Foto de Lightsaber Collection en Unsplash

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